Por Inkarri Kowii
El tatuaje, fuera de las comunidades arcaicas, estuvo por mucho tiempo proscrito, identificado con los criminales, o quienes existían fuera del orden social, los piratas, por ejemplo. Incluso hoy en Japón, el tatuaje se lo identifica con la yakuza. Después de años, al tatuaje se lo empezó a relacionar con los rebeldes, no necesariamente criminales, sino “inconformes”; jóvenes que desafiaban las reglas. La estética del tatuaje reflejaba esa realidad, líneas gruesas y crudas, donde la técnica del dibujo quedaba en segundo plano frente a la necesidad de comunicar a través de la piel. Las condiciones de proscripción ayudaban a esta estética cruda, incluso “fea”. Los materiales existentes no eran los mejores: agujas, fierros, tinta de escritura. Las condiciones salubres en las que se lo realizaba, y en las que el individuo debía curar su “herida” no eran los mejores. Todo se prestaba para rodear al tatuaje de un aura de peligro y audacia, no todos se hubiesen atrevido a tatuarse en esas condiciones.
La imagen del tatuaje asociado al rebelde, creo, proviene del cine hollywoodense de los 70, donde se muestra a chicos que empezaban a disfrutar de las primeras notas del rock, vestido de jean y cuero, dispuestos a demostrar su virilidad en peleas o competencias; a la vez la imagen del marinero, legado del pasado pirata, asociado con la aventura. El tatuaje tradicional u “old school” remarca la simplicidad de la línea, colores fuertes con alto contraste, rayando la caricatura, pero a la vez proyectando fuerza, con dibujos que simbolizan y se identifican con lo masculino, relacionado a tabúes o fobias: arañas, calaveras, clavos, dagas, escorpiones, lobos, o chicas pin up.
Con el tiempo la estética del tatuaje fue ampliándose mientras se iba liberando de su proscripción. Así nacieron nuevas maneras para plasmar en la piel lo que se deseaba representar. Como todo en la modernidad, el tatuaje se fue profesionalizando, la importancia de saber dibujar en el papel se volvió fundamental, de manejar una teoría de color. Con la especialización se abrió un mercado, que demandaba de tintas adecuadas para la piel, mejores instrumentos que una aguja curada con fuego, las condiciones higiénicas mejoraron. Estas nuevas condiciones permitieron la experimentación y expansión de las técnicas. Muchos prejuicios quedaron atrás, lo que permitió que otras personas experimentaran el tatuaje. Más profesionales, con mejores habilidades, y más sectores de la sociedad, entre ellas las mujeres, quienes habían hecho sus propias conquistas y se habían liberado de sus restricciones, permitió que el tatuaje crezca. Las nuevas técnicas mostraban una estética del tatuaje menos ruda, menos prohibida, quizás más amable con la representación, incluso con la piel. Entre estas técnicas están la acuarela, el puntillismo, el fine line, que transmiten una sensación de delicadeza, más suavidad, de equilibrio y más armónico con el cuerpo mismo. Un amigo tatuador alguna vez, entre risas comentaba que él no se haría una acuarela porque “eso era de mujer”. Estoy seguro que estas nuevas técnicas en el tatuaje es parte de las contribuciones de las mujeres y aporta cierta femineidad a esta práctica, que nos permite tener más opciones, que demanda de más habilidad, y permite diferentes caminos para que el tatuaje sea considerado un arte.
Quizás, hoy en día, el único impedimento para realizarse un tatuaje, para la mayoría de la población (sin negar que todavía existen tabúes sobre el mismo), es el dolor al que uno debe someterse. Una querida amiga sobre sus dos tatuajes me ha señalado que son sesiones de absoluto relax, en ambas ha logrado dormirse por un par de horas. Al parecer soportan mejor el dolor.
Para terminar, solo quiero resaltar que lo femenino, que no es una propiedad únicamente de la mujer, nos permite expandir nuestra noción sobre lo bello, y gozar de más opciones para los símbolos que queremos portar en nuestra piel.